Trampa económica cultural

¿Qué está pasando en el país? Hablamos de México: ¿qué se puede decir cuando a escasos 7 meses de haber tomado el poder otro partido político los indicadores más importantes —empleo, industria, agricultura, servicios— no solo han dejado de crecer, sino que han decrecido?

Algunos no entendemos cómo debemos leer esos datos. Son un hecho: es lo que está sucediendo. Algunos lo han notado con las dificultades que muchos pequeños negocios están pasando para lograr sus cobranzas. Y cuando las cobranzas se hacen difíciles, algo más importante ya se hizo difícil y será aún peor: las ventas.

Todos los negocios —la base de las fuentes de empleo— requieren, para subsistir, que se realicen ventas. Sin ventas, los negocios no tienen razón de existir. Sin embargo, la economía del país —y en general, del sistema capitalista— requiere la existencia de negocios que producen artefactos que no son de primera necesidad, pero son atractivos para que una pequeña parte del ahorro personal se vaya en esa dirección, supliendo así fuentes de empleo y forzando la “redistribución” de la riqueza.

Pero cuando eso no sucede, cuando los recursos deben cuidarse —de lo contrario se caería en una situación de inflación— el individuo de a pie siente la dureza en su imposibilidad de realizar esas “ventas de lado” de las que subsistía. Son “de lado”, porque no se trata de artículos o servicios de primera necesidad para los que normalmente los consumen, sino de gastos que solo pueden efectuarse cuando hay sobrante en la economía.

Ah, interesante, sin embargo: exportación e importaciones continúan en sus mismos niveles o con un ligero ascenso. Esto significa dos cosas. Por un lado, tenemos que los negocios mexicanos orientados a vender sus productos en el exterior, continúan produciendo lo mismo y exportando con un ligero ascenso en sus volúmenes. Las importaciones deben mantener el mismo nivel. Por desgracia una gran parte de los insumos de los exportadores provienen de importación. Además, en la medida en que el país se ha inmerso en el mundo global —que a muchos molesta por mala captación de lo que significa a largo plazo— el consumo de los mexicanos contiene más elemento importado. Esto se puede financiar porque, de la misma manera, otras sociedades, otras economías, están también recurriendo a producto mexicano que ellos importan.

La cuestión es que el mercado interno no progresa. Está estancado. En tanto esto sucede, el gobierno nuevo está más preocupado por ver cómo capta más impuestos que por ver cómo los negocios se liberan de cargas y orientan sus recursos más al crecimiento y generación de empleos. Todo lo que se va hacia el gobierno solo sirve para financiar gasto público que puede o no resultar en beneficio para el país. Todo lo que se reinvierte en crecimiento en la empresa privada, redunda en más empleo y, por ende, crecimiento inmediato del mercado interno.

El mayor error que continúa cometiendo nuestra sociedad —el país entero— con los políticos en el poder a la cabeza, es creer que los impuestos son la salvación. La aspiración al puesto público en México es casi un asunto de características socio-patológicas. Y es que se sabe que las condiciones de ese tipo de empleo se convierten en seguridad para el individuo, aunque ésta se dé gracias a un pacto en el cual se acepta el estancamiento como proyección.

Los impuestos, no solo son onerosos, sino que el proceso para llegar a ellos es complejo, costoso, generador de falta de competitividad, improductivo y demás similares. Y todo esto podría cambiar si las cosas se simplificaran. Para ello hay que empezar con el concepto de declaración. ¿Cómo que “declaración”? ¿No tiene el sistema tributario del país una completa base de datos que le informa todo lo que todos facturan y lo que todos pagan? Un gobierno que tiene controlado todo lo que se factura y todo lo que se paga (lo que pasa por los bancos) para qué rayos necesita una declaración? Es obvio que es una manera de retar a la sociedad, como si ésta fuera enemiga y habría que encontrarle en dónde puede estar dejando de cumplir.

La desgracia es que el costo en energía social de cumplir se hace oneroso en detrimento de la competitividad. Y esto es lo que no es posible mantener. Es un lujo que nos está costando a todos en falta de crecimiento del mercado interno. Es algo que estamos obligados, como país, a detener. No podemos jugar con la política en este renglón, porque es jugar con el bienestar del resto de los ciudadanos. El sistema tributario del país tiene que convertirse en algo automático; de lo contrario, el costo continuará impidiendo crecimiento sano.

Si la idea de la erradicación del concepto de “declaración” es algo nuevo, es decir, algo que no se ha practicado en otros lugares del mundo, entonces lo que procede es lanzarla globalmente. Los sistemas informáticos del día de hoy permiten la automatización total, completa y sin pretextos personalizados, del pago de contribuciones de acuerdo a leyes que al ser elaboradas, tomen en cuenta esas posibilidades.

La “declaración” fiscal está haciéndose cuando se emite una factura. Ésta es, siempre, un “documento público”. Lo es porque está sujeto a escrutinio de la sociedad. ¿Por qué ahora se promueve la inexistencia del “secreto bancario” pero se mantiene el secreto de la facturación? No tiene sentido.

La cuenta bancaria fiscal está ahora totalmente sujeta al escrutinio del Estado en el momento en que éste lo pida. Obvio, el Estado legal es representante de la sociedad; ésta es el colectivo de todos nosotros. Ése es el punto perfecto para el filtro del tributo al tesoro central al cual todos estamos obligados a cooperar.

¿Estamos realmente obligados? Sí, en la medida en que seamos una sociedad llena de desigualdades. El objetivo debe ser la cancelación de esas desigualdades; es una meta que perseguirá la conversión del país en una sociedad igualitaria. La idea es que nadie tiene por qué ser premiado cuando hace uso de facultades circunstanciales. Como tales, son facultades sin mérito personal; por ello, no tienen por qué ser “premiadas” con riqueza que haga, a quienes las tienen, diferentes a los demás. El filtro para la cobranza de impuestos concentra en el tesoro de la nación esos recursos que se ponen a disposición de la sociedad entera.

Algún mecanismo deben tener los países llamados igualitarios como Dinamarca, Suecia, Finlandia, Noruega, Holanda, Bélgica y unos cuantos más. Son sociedades que han enseñado desde la cuna la necesidad del igualitarismo. Los que producen mucho y se podrían convertir en millonarios, saben que deben pagar grandes cantidades en impuestos. Estos pagos son lo que finalmente los deja a todos a los mismos niveles. Nadie tiene que preocuparse por educación, salud, aposento, ropa, alimento, entretenimiento y demás elementos sustanciales a la vida humana en cultura.

Por desgracia, el mundo tiene un monstruo que se llama Estados Unidos de América. Hoy es la cuna del sistema monetario mundial. Ellos han puesto reglas del juego que todos deben obedecer o sucumbir. México se encuentra inmerso en ese ámbito de reglas. Son reglas aparentemente adecuadas para que el sistema de la libre oferta y demanda funcione eficientemente. Sin embargo, es la política económica de ese mismo país, el factor que en forma más brutal ha roto las mismas reglas que les impone a los demás países. Ellos han puesto en circulación en el mundo entero una gran cantidad de cheques sin fondos; pero se llaman Dolares USA y circulan porque son deseados por todas las economías del mundo. Es el billete que sirve para que se paguen entre sí sus deudas; la ventaja para los EEUU es que es un dinero que no regresará para ser cobrado en el territorio de quien firma como responsable del mismo.

Esta incursión de razonamientos, al dar la vuelta nos ha mostrado cómo los puntos de partida se unen. Allí tenemos el panorama; es obvio que exige solución y ésta no se está dando.

Comentarios