Divorcios y custodia de menores: Sensatez civilizada y respeto al menor



Franz J Fortuny Loret de Mola


Difícil situación vive la sociedad cuando surge un pleito conyugal con menores de por medio. Y la situación se agrava aún más cuando las visiones existenciales de la vida son radicalmente diferentes entre los dos engendradores biológicos del nuevo ser.


"Me parece perfecto que hayan allanado la casa de ésos... Se lo merecían. Nuestro consejo a [él o ella] siempre fue que se estaba tardando mucho. Desde luego que el fin justifica los medios..."


"Es terrible lo que te han hecho. Tienes que recuperar a tu crío. No puedes dejar las cosas así."


Los cónyuges tienen adeptos y éstos toman partido. La ley, si no está a favor de alguno de los dos, "es la ley la que está mal". Y es que las leyes mexicanas –posiblemente sean así las leyes en todo el mundo, aunque es de dudarse– parecen tener un agujero legal por el cual se puede salir la ecuanimidad de los involucrados.


Un juez determina que la custodia se queda con el engendrador A. Pero el engendrador B no está de acuerdo con la decisión del juez. Mientras apela –o no lo hace– decide llevarse a la criatura. Para hacerlo puede ser que viole otras leyes y puede ser que no. El caso es que el acto de llevarse al menor no viola ninguna ley en sí –el método usado podría ser que sí. "No podemos hacer nada. Es su padre [o es su madre]", dicen los expertos. Sugieren contratar detectives hasta encontrar al cónyuge raptor y ver cómo se le puede quitar a la criatura. Supongamos que logra "recuperar" al crío el cónyuge que lo había perdido; se lo lleva –de nuevo, con o sin violación de otras leyes– y el drama ha comenzado de nuevo. Tocará el turno al otro. ¿Hasta cuándo cesaría la locura?


La tentación es establecer que el código penal incluya como delito castigable con cárcel a todo cónyuge que decida desobedecer las órdenes del juez. El delito –sin importar el método de extracción– consistirá en no "retornar" a la criatura según el acuerdo judicial sancionado. Obedecer, sin rodeos, la orden que haya dado el juez, sea cual fuere ésa.


¿Es posible algo así en México? Sabiendo la total falta de elementos para confiar en que las decisiones judiciales sean estrictamente apegadas a lo que es justo además de ser legal, la tentación de sugerir ese tipo de legislación posiblemente deba dejarse descansar.


Entonces, ¿qué procede? Quizás el espíritu de la ley –respetar el secuestro que los padres hagan de los críos en forma secuencial e indefinida– esté sugiriendo algo: sensatez civilizada por parte de ambos cónyuges y por parte de sus consejeros sociales, psicológicos o familiares. Una adecuada dosis de sensatez resolvería muchos problemas.


"Es que no puedo soportar las costumbres de A." "Es que no soporto la neurosis de B." "Es que A es totalmente inconfiable." "Es que B acabará con la felicidad del crío."


Cuando se da lo irreconciliable, estamos ante dos personas que son prácticamente rehenes de sus visiones de la vida y desean intensamente hacer un nuevo rehén –cada uno de su visión– al vástago jaloneado, como si fuera un objeto. Están impidiendo en forma activa que se produzca la oportunidad de que el menor se forme una visión libre –que podría ser una tercera opción, diferente a la de sus progenitores.


Se dice fácil, pero se siente fuerte. Correcto, ni hablar. Pero, ¿y la sensatez? ¡Claro que es un esfuerzo lograrla! De ser algo fácil –y natural– ¡no existirían las desavenencias entre cónyuges por la custodia de sus vástagos!


El ejercicio hacia la sensatez comienza por el respeto al menor. Éste tiene dos progenitores y tiene derecho a informarse libremente de lo que significa uno y lo que significa el otro –sobre todo cuando se trata de dos visiones existenciales diametralmente encontradas. Lo deseable no es que adopte una de las dos visiones sino que ¡cree una nueva! La síntesis seguramente será mejor.


Pero ¿cómo será posible generar esa síntesis mejorada si sólo se entiende aprisionar al vástago como un rehén ideológico más?





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