Se prohíbe el dinero

Detrás de toda polémica con tintes políticos o de descontento, hay siempre un sentimiento de que “alguien” tiene más y no lo merece. O bien, “nosotros” tenemos menos, y merecemos más. También puede ser una mezcla de las dos.

Los productos, bienes y servicios que existen, no están libremente disponibles para los humanos solo por el hecho de ser humanos. En nuestro sistema socio-económico, cada quien tiene que justificar su derecho a aquellos productos y servicios que desee.

¿Cuánto tiempo hace que los humanos vivimos en esta forma de vida? Es decir, algunos estamos seguros de que no siempre hemos vivido en esta forma, en la que los bienes existentes no están a disposición de todos, sino solo pueden ser entregados a quienes los paguen. Cuando pagas algo, estás justificando tu derecho a eso que te llevas (o contratas).

Pero no siempre hemos vivido así. Nuestra especie tiene 220,000 años de estar sobre la faz de la Tierra siendo homo sapiens sapiens. Antes hubo otras especies. También “vimos” —nuestros ancestros, pues— extinguirse algunas parecidas a nosotros, como la especie homo neanderthalis, que se extinguió por no poder adaptarse a algunos cambios que se dieron.

¿Cuánto tiempo hemos vivido como vivimos ahora? Es decir, ¿cuánto tiempo, desde que aparecimos como especie, hemos vivido de tal forma que las personas tengan que justificar su derecho a cualquier cosa que deseen consumir? Si respondes que siempre, estás muy ofuscado por las condiciones de existencia en que te encuentras hoy.

Pero si respondes que no siempre, ¡estás casi con toda seguridad, en lo correcto!

En realidad la forma de vivir que tenemos hoy —por mi parte, me he permitido llamarla Cultura Cruel— es algo que comenzó hace unos diez mil años, exactamente cuando tuvimos que inventar la agricultura para sobrevivir en territorios en los que las plantas que nos servían de alimento no abundaban.

Nuestro invento fue tan eficiente, que provocó un aumento tremendo en la cantidad de gente podría vivir al mismo tiempo. A partir del invento de la agricultura, todo cambió, empezando por el hecho, muy importante —y básico para entender todo— de que los bienes para comer ya no se daban silvestres en el territorio, sino que se comenzaron a producir con el trabajo, labor o actividad de unos cuantos, pero generando cantidades de productos buenas para muchos.

Durante los primeros 210 mil años —antes del invento de la agricultura— todo lo que existía en nuestro entorno era de quien lo necesitara. Era solo cuestión de tomar exactamente lo que necesitabas y problema resuelto. Todo era de todos. Obvio, me refiero a ese tiempo —esos primero 150 mil años a partir de nuestra aparición— durante el cual nuestro territorio proveyó fácilmente todo lo que necesitaron nuestro ancestros.

Hubo un tiempo intermedio —unos 60 mil años— durante el cual nuestros ancestros tuvieron que aprender a vivir en territorios en los que escasearía el alimento “natural” —las plantas: raíces, nueces, frutos, legumbres, hojas— y recurrimos a la cacería. Así introdujimos carne de animales que habría que matar para cocinar y comer. Fueron 60 mil años durante los cuales lograron sobrevivir muy pocos grupos aislados dedicados a la recolección de partes de plantas y cacería de animales.

Aun durante este tiempo y en esta forma de conseguir lo necesario para sobrevivir, no existió el concepto de “esto es mío y eso es tuyo” o bien, de que, “tú no cazaste, tú no puedes comer”. Esto lo podemos ver en todos los pueblos o grupos humanos que viven en territorios que les exigen cazar y recolectar para alimentarse: nadie “mide” cuánto aportó quién.

La “medición” y el asunto de “justificar el derecho a comer” es algo que surge en forma paralela al surgimiento de la agricultura. Se sobreentendía que un humano, por el solo hecho de existir, de ser parte de un grupo, ya tendría, en forma automática, derecho a recibir y obligación a aportar. Nada más que no se llamaba “derecho” ni “obligación”, sino se llamaba “la vida”. O sea, nadie tenía que hacer referencia a derechos y deberes.

En 2012 y desde hace 10 mil años, andamos, como especie, tratando de “resolver” en una forma “justa”, el que todas las personas, por el solo hecho de estar vivas, puedan disfrutar de los beneficios de lo que se logra colectivamente. Esto surge desde el momento en que se inventa el dinero, y este se inventa cuando comenzamos a hacer agricultura para producir alimentos —y artesanía e industria, para producir lo demás.

El dinero es el instrumento que inventamos para establecer la “cantidad” de derechos de cada persona. Se supone que si tienes 1 millón de unidades de dinero, es porque le has aportado a la sociedad beneficios que valen 1 millón de unidades. Por desgracia, sabemos que esto ya no es en lo absoluto lo que realmente sucede. Hay, por desgracia, una gran cantidad de personas cuya aportación a la sociedad ha sido mucho menor, en valor real, que el dinero de que disponen. Y, por el otro lado, existe, también por desgracia, una inmensa cantidad de personas que merecen mucho más —en beneficios y bienes— que lo que han logrado convertir en dinero.

Esta situación se da en todo el mundo, en todo el planeta. Es una situación que genera en forma constante un grado muy agudo de malestar. Las grandes mayorías van a responder en forma casi automática cuando se les plantea el hecho de que están siendo objeto de una injusta distribución de derechos.

Las sociedades requieren un muy alto grado de ética entre sus individuos. Si la ética escasea, proliferan los sentimientos de injusticia. La ética fue mucho tiempo el punto central de esa materia que se llamaba Civismo en las escuelas.

La gran mayoría de la población humana vive con muy poco en bienes y servicios. Viven como vivieron los ancestros humanos durante esos 150 mil años iniciales o durante los 60 mil años que siguieron. El problema es que son tantos, que no hay territorio que provea en forma automática, natural, todo lo que necesitarían para continuar sobreviviendo. Para que puedan continuar sobreviviendo, tienen que aceptar las condiciones de quienes están produciendo la comida, ya sea para vender o para repartir.

Es cierto que son miles de millones los que hoy pueden vivir con un nivel más o menos estable de “bienestar”, pero con muy bajo nivel de “felicidad” —por el sentimiento constante de incertidumbre. Nada es seguro; todo depende de que encuentres un “trabajo”. ¿Y de qué depende encontrar un trabajo? El más grave problema es que no depende de uno mismo, sino de condiciones socio-político-económicas muy lejos del control del que lo necesita.

La realidad es que estamos enredados en un asunto muy grave, delicado y sin visos de solución. De inmediato, en forma espontánea, ¿qué pasaría si los humanos prohibiéramos el dinero? No, tampoco el trueque sería aceptable. Entonces, ¿cómo se resolverían los problemas?

A veces la solución está a la mano: dejemos que todos hagan lo que quieran, pero con ética simple y sencilla. La solución es tan sencilla como dejar que las personas, por sí mismas, con esa ética, hagan lo que saben hacer, tomen lo que necesiten —nuevamente, con ética— y dejen lo demás para quien lo necesite.

Con ética solo se necesita lo que jamás es problema para el grupo.

¿Te estás imaginando motines y amontonamientos? Claro, así sería con frecuencia al principio; pero pronto las aguas tomarían su nivel y la suciedad se iría quedando en el fondo para que se la coman los organismos que disfrutan la carroña.

La cuestión es que hay que hacer algo diferente, porque haciendo lo mismo que hemos intentado durante estos 10 mil años de Cultura Cruel, ya vimos que las cosas no están funcionando.

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