Mouriño: hoy muerto, ayer difamado con crueldad e injusticia

Aquí lo tenía todo, no necesitaba salir a buscar fortuna a ningún lado. Si lo hizo, fue por pasión y amor a México.

Ésas fueron las palabras usadas en la homilía pronunicada por el obispo de Campeche durante la misma en que los restos de Juan Camilo Mouriño fueron colocados en una cripta, junto con los restos de su amigo y colaborador, que también falleció en el suceso.

Y su entrañable amigo, el presidente constitucional mexicano Felipe Calderón Hinojosa, demostró en cada palabra de cada corto discurso que ha pronunciado desde el dramático acontecimiento, la total confianza que tenía en su más cercano colaborador en la tarea monumental que tiene presidiendo el ejecutivo mexicano.

Se pueden disimular muchos sentimientos y muchas opiniones personales acerca de la gente, pero es muy difícil esconder el pesar, el dolor genuino causado por la muerte inesperada —injusta en términos universales— de un ser con la empatía regular para entender lo que hay que hacer sin necesidad de pronunciar palabras.

En enero de 2008 el nombramiento de Mouriño como secretario de gobernación provocó airadas actitudes de quienes por todos los medios buscan la manera de desligitimar el único gobierno legítimo, constitucional, legal y aceptado por los mexicanos que existe hoy.

Los buscadores de pretextos para lanzar diatribas mediáticas —todas ellas vestidas con el traje de la difamación y la calumnia— rebuscaron la manera de encontrarle a Mouriño una acción ilegal. No pudieron. No hubo ninguna acción ilegal en ningún momento de la vida pública de un activista campechano que sólo buscó la manera de hacer que las verdades continúen siendo verdades y las mentiras se traten como tales —todo lo contrario de la tradición mexicana, por desgracia.

Detrás de la calumnia y el intento de difamación hacia Mouriño, está escondida la rabia que guardan quienes detestan la diferencia real existente entre los tradicionales del sistema político mexicano y los “nuevos” —grupo al cual perteneció Mouriño en toda su trayectoria activista política.

Los que vivimos a fondo el México de la simulación —del llanto hipócrita del impresor de bilimbiques que pretende echarles la culpa a los demás países o a los que usaron las herramientas que él mismo puso a disposición errónea e irresponsablemente para “simular” un poco más—, el México de la mentira institucionalizada, el México de los cuentos oficiales que sustituían los hechos históricos que debieron haberles sido enseñados a los educandos, el México del patrioterismo falso e hipócrita, el México del autoritarismo y la imposición electoral, en fin, el México que esperamos ya haya quedado atrás, no podemos dejar de darles el aprecio justo a los activistas políticos como el ausente Mouriño, que interpretaron —como muchos de nosotros, mexicanos inconformes con la simulación— la emergencia en que se encontraba el país para moverse de la inercia de la simulación hacia la dinámica de un verdadero cambio.

El penúltimo representante del grupo de la simulación declaró, en el 2000, que “México había escogido un cambio de sistema” —no sólo un cambio de partido. A Salinas se le puede acusar de muchas cosas, pero no de idiota. Esa afirmación supo interpretar exactamente lo que había sucedido.

El bonachón —me gusta llamarle “el cristero de Guanajuato”— creyó que haciendo bien él su tarea, el resto de los mexicanos, en forma automática, también la harían. ¿Por qué permitió que le gritaran, en forma por demás grosera e irrespetuosa “Juárez, Juárez, Juárez” precisamente al momento de pronunciar su discurso de toma de posesión en el auditorio nacional? Pero jamás guardó su pasión por cambiar a México y fue un político “imprudente”, presa fácil de los sabuezos mediáticos al servicio del sistema de la simulación –que por desgracia, aún no acaba de morir.

No se les olvide, difamadores, lo dicho  de Mouriño por el obispo de Campeche  al guardar sus restos: “Aquí lo tenía todo; no necesitaba salir a buscar nada. Salió por pasión y amor a México.

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